jueves, 27 de junio de 2013

Doñana (V). La marisma



Dispuesto a encontrar la más variada avifauna, a escuchar los cantos y reclamos de fochas, ánades o flamencos, a observar la fiesta del agua y la vida, me asomo a la marisma, el ecosistema más identificativo de Doñana. Y he ahí mi desilusión cuando descubro un simple espacio abierto seco como un barbecho. Ni rastro de acuáticas, el más sepulcral de los silencios y apenas la figura de un milano real tan decepcionado como yo. Es sin duda la época del año la causa de tal circunstancia. Su terreno arcilloso actúa como impermeable en la época de lluvias facilitando la inundación. Pero estamos en junio, sufriendo una de las olas de calor más intensas de los últimos años; las temperaturas sobrepasan los 40º C a la sombra en las horas centrales del día y el invierno ha sido poco húmedo. Por tanto, la marisma ahora no lo es, ni siquiera es una pequeña charca superviviente que remoje las gargantas de los más sedientos. No obstante, el ciclo vital de las especies que habitan aquí está perfectamente adaptado a esta dinámica tan particular. Así por ejemplo, gallipatos, cangrejos, camarones o carpas, que mueren también con la muerte de la marisma, depositan sus huevos bajo la arcilla aún húmeda, a una profundidad de unos 5 cm., suficiente para sobrevivir aletargados el largo verano y poder eclosionar con la llegada de la primavera y las inundaciones. Se dice entonces que estas especies "estían" y mediante este proceso el milagro de la vida se reproduce cada temporada. Estos nuevos peces, anfibios y moluscos servirán de alimento a multitud de aves invernantes procedentes, la mayoría, de la vecina África. A la espera de esas ansiadas aguas este, por el momento, es un terreno irrelevante que no alberga ninguna expectativa de exploración para el viajero.

La Vera
Sin embargo, en el límite de esta soledad, bordeando la duna antes vista, crece un vergel, una franja larga de vegetación fresca que permanece exultante e insultante en contraste con su vecino territorio. Es La Vera. Un ecotono, mezcla de dos ecosistemas diferentes, en este caso la marisma y la duna, que salpica el paisaje animándolo con su color y sus habitantes. Las dunas actúan sobre los cursos de agua subterráneos absorbiéndolos como una esponja. En la confluencia de la duna con la marisma, la arcilla de ésta impide que el agua de la duna escape, reteniéndola durante largo tiempo. Esta humedad genera una franja siempre verde que reúne a numerosa fauna sobre todo en la época estival. Ahí están comiendo buen pasto gamos y ciervos pero sin duda hasta aquí se acercarán también para disfrutar de alimento y frescor zorros, jabalíes y linces. Yo me fijo en una vaca muy particular que está paciendo en el lugar. Es la vaca mostrenca, una raza autóctona de Doñana. De variados tamaños, la capa más típica es la colorada, aunque son también muy corrientes las negras, castañas, jaboneras, rubias, cárdenas y sardas, en la mayor parte de los casos con manchas blancas de diversos tamaños. Entre los rasgos más distintivos destacan los grandes crotales que portan de sus orejas con los que los ganaderos marcan sus reses. Su carne es muy apreciada por su textura y sabor y yo doy fé de ello tras haberla probado en un restaurante afamado de El Rocío. Viéndola entiendo el apelativo de mostrenca, pues no es muy agraciada la pobre, más la veo cierto parecido con el cebú. 


Vaca Mostrenca
Yegüa Marismeña

Cerca de ella pastan también otra de las especies características de Doñana: la yegüa marismeña. Caballos semisalvajes que crían en este entorno a sus potros y reconocida como raza de caballo en peligro de extinción. De formas redondeadas, cuello arqueado y mediana alzada su principal característica son sus cascos más anchos de lo normal, lo que le facilita el tránsito por estos humedales sin llegarse a hundir demasiado. Este caballo rústico es el protagonista de una ancestral fiesta que ocurre todos los 26 de junio: la saca de las yegüas. Por cierto, hoy es veinticinco. Mañana es el gran día.
Cuando cae el sol en la playa vuelvo mi última mirada a Doñana. Dejo atrás el último reducto natural del continente europeo.  Su mar virgen, su exclusiva vegetación, la magia de las dunas móviles, la marisma ausente. Su fauna mimada, su historia memorable, un cosmos de biodiversidad único. 





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