...Y así mi cuerpo y mi mente enhebran amarillos campos, parten en dos llanos y secanos, un intruso en medio de la nada, paso a paso, por esta tierra aplanada, andando, andando.
Llego hasta las ruinas mencionadas, adobe y piedras malogradas de alguna iglesia o ermita olvidada. En sus huecos y agujeros crían los cernícalos a sus polluelos, y en sus altos muros levantados, reposa el nido de cigüeña abandonado. Única y solitaria edificación en este salvajismo, un islote fantasma en el abismo, espejo de la muerte sufrida y soporte para nuevas vidas. Qué importante es el árbol muerto, esencial es el tronco viejo, para el cárabo, la gineta o el vencejo. Qué bueno es preservar lo que parece que no vale, pues si observamos con detalle, sí que vale, sí que vale. No nos quedemos sólo con lo de fuera, una fachada fea o quebrantada bien puede esconder una joya cara.
Cigüeña blanca |
Sumido en tales meditaciones me adelanto y en tanto me llego a un nuevo pago el milano negro se delata con su reclamo. Me hallo ante una charca que aquí llaman lavajo, con su agua, sus juncos y sus espadañas. Oasis minúsculos en la inmensidad de La Moraña. Aquí abrevan zorros, gatos liebres y lebratos y también se bañan fochas y patos. Uno de estos ánades, un azulón, huye espantado por mi aproximación. Atraído por su ruidoso despegue, más costoso que leve, observo ya en vuelo su brillante espejuelo y quedo de pronto anodadado, pues ante mis ojos, de un súbito picado, un águila calzada al pato ha cazado. Inmóvil, más bien petrificado, aguardo, asombrado, horrorizado, encantado... no sé muy bien mi estado. Mis pensamientos hablan bajo, reina un silencio sepulcral, a orillas del lavajo, una escena mortal. El aguililla inhiesta otea en derredor, vigilante y orgullosa de su última actuación, mientras, su víctima, yace inerte en la tierra de labor. Yo sigo ahí sin ninguna alteración, espiando agazapado, con los ojos como platos, dominando mi excitación. Tras un corto tiempo sin que nada pase, ahora la rapaz algo hace. No pica ni devora, sólo escruta y explora, mas algo no le place sino incomoda pues batiendo sus alas a su presa abandona. Alza el vuelo hacia el cielo azul del cielo, con desgana e indiferente asciende, lentamente y bailan sus cicleos con el sol ardiente. Y ahí ha quedado el pato, tendido pico en tierra con los ojos cerrados, como un trapo viejo y deshilachado, negra sombra de plumas en el campo. Ha transcurrido un buen rato, en minutos tres o cuatro, y estoy yo al ave velando cuando... ¡no es posible! ¡si se está levantando! El muerto revive y con un escorzo fugaz sale volando, ¡volando libre!
Lavajo |
Oh! qué escena acabo de presenciar que me tiene perplejo y fascinado, no lo podré olvidar, lo he vivido o lo he soñado. Que fructuoso paseo, si no lo veo no lo creo.
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