miércoles, 28 de marzo de 2012

LA MORAÑA (III)

...El camino seco y prensado guía de nuevo mis pasos, bajo un sol de mediodía que calienta estos rasos. Castillos de mies rompen el horizonte con sus torres de paja hechas por el hombre, aguerrido campesino que labra la tierra, que siembra y orea con viento de sierra, el grano que es su pan, su vida eterna. Y avanzo en contra del aire embalsamado, y hubiera ganado la carretera, ensimismado y despistado, si no fuera por algo que me ha alertado. Un sonoro aleteo, un pájaro que se ha espantado y que ya alejado desciende en planeo. Lo tengo claro, si no es perdiz es codorniz. Y al tiempo que estoy en esta disertación me percato de un cadáver en inicio de putrefacción. Yace a la orilla del camino una liebre muerta con el ojo abierto sin vida, pelaje ocre y cuerpo ancho sin aparente herida, como una alfombra plana en la arena tendida. Esta no correrá más lebreles ni servirá de guiso opulento en mesas y manteles. Una maravilla de animal que en carreras con galgos la gritan: ¡ahí va el matacan! Una proeza de velocidad que con sus quiebros y carreras deleita al personal. Caza con galgo, en muchos pueblos, la otra fiesta nacional. Pensando en los platos que se fabrican con este manjar, mi estómago me dice que tengo que parar. Con sus patatas y su cebolla, su pimiento y su ajito, cociendo a fuego lento en buena olla, poquito a poquito. Y al cabo de media hora se ha cocinado divina ambrosía, dulce sinfonía de notas sabrosas y gusto refinado. ¡Ay qué hambre me está entrando! A ver si encuentro un lugar donde mis tripas acallar con un poco de queso, vino y pan.


Liebre



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